La historia vivió uno
de sus momentos más gloriosos de la mano de los cofrades, cuando todos en la
Archidiócesis de Granada rendíamos devoción y amor hacia Nuestra Señora de las
Angustias, Madre de Dios, que con su Hijo muerto entre sus brazos, celebraba el
centenario de su Coronación Canónica.
Hecho inolvidable,
único y grabado para siempre en la memoria de los que tuvimos el gran
privilegio de vivir con intensidad aquel dieciocho de mayo del año de la Fe.
Una Fe que con María nos llevaba a Cristo, el Salvador de la humanidad.
Granada era un
hervidero de gente que desde los albores de la aurora arropábamos el traslado
de sus Vírgenes hacia el templo catedralicio, ya que fue un honor y un privilegio
el poder estar en la ciudad de la Alhambra desde los albores de la mañana.
Silencio, devoción, respeto y un ambiente de oración en aquella mañana, que
desde la Abadía del Sacromonte, empezaba a llamar al resto de las Vírgenes de
Granada para iniciar un cortejo en el que el cofrade no podía permitirse el
lujo de perder detalle alguno.
La mañana quedó marcada
en aquel hermoso traslado de todas las Vírgenes de Granada capital, donde pude disfrutar
de un ambiente de silencio, oración y de gran devoción hacia la Madre de Dios
que entre sus diferentes advocaciones, sin lugar a dudas, quedó grabada en mi
retina cuando la contemplé como Maravillas de una ciudad; Aurora de la Mañana;
Angustias de la Alhambra Coronada; Esperanza de Santa Ana; Consolación de Granada
y Rosario marinera de un Realejo con sabor y tradición cofrade mariana.
La Carrera de la Virgen,
bellamente engalanada, disponía un altar con su patrona que revestía de
exquisitez cofrade mariana la fachada de la Basílica de Nuestra Señora de las
Angustias, donde caída la noche, pude rezar delante de la Señora que bendecía a
toda Granada; una ciudad que en este día, más que nunca, estaba vestida de María
por siempre Inmaculada.
La tarde se hizo puro
desfile cofrade de pasos que portaban a María en sus diferentes advocaciones
marianas, rompiendo el silencio del cortejo, cuando una vez pasada la Carrera
de la Virgen, cada una se disponía a volver a su templo.
Sin pensarlo dos veces
opté por el Realejo, así como la mayoría de los hermanos de la Amargura de Jaén
que allí nos plantamos en viaje programado por la cofradía. Fue impresionante y
conmovedor ver a una Amargura al son de “Mi
Amargura” interpretada por la exquisitez de la Banda del Carmen de
Salteras. Del mismo modo, resultó impresionante contemplar a un barrio que
esperaba a una dolorosa que llena de Misericordia marcaba un ritmo en las
trabajaderas casi imposible de igualar y que trazaba una clara diferencia en la
forma de llevar los pasos de palio en Granada. El barrio se deshizo en lluvia
de pétalos de rosas para su Misericordia Coronada.
Sin lugar a dudas, el
broche final ver la entrada de la Señora del Rosario, ascua de oro en su palio
que hizo hasta cesar al viento para así poder entrar triunfante en una plaza
dominica con su candelería plenamente encendida. Su barrio la esperaba llena de
fervor y clamores contenidos. Ancla en su manto y belleza en su cara, rosarios
marcaban el ritmo de las bambalinas y el buen andar de una cuadrilla costalera
que llevaba a su Reina del Rosario por bandera.
Granada puso el listón
bien alto en el terreno cristiano y en la diferencia cofrade, dando referencias
a toda Andalucía que la tradición, la devoción y el gusto cofrade estaban
afincados en una tierra mariana que rendía honores y pleitesía, devoción y oración
a su Patrona, Angustias por Granada Coronada.
Fco.
Javier Alcántara
Hermano
de la Amargura de Jaén
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