En un día lluvioso, la Plaza de San Pedro repleta de
paraguas y de decenas de miles de miembros de las diversas cofradías y
hermandades del mundo, que se dieron cita en torno al Papa Francisco. Entre
ellas, varias españolas. El Papa centró su homilía en tres palabras:
"Evangelicidad, eclesialidad y misionariedad". Su Santidad reivindicó
la piedad popular como "modalidad legítima" de ser y vivir la fe en
la Iglesia. Siempre que sea eclesial, evangelizadora y misionera.
El papa Francisco instó hoy a las hermandades llegadas hasta
la plaza de San Pedro del Vaticano a que se mantengan "activas" en la
comunidad católica, desempeñando el papel de "auténticos
evangelizadores" en la relación entre la fe y la cultura popular.
Durante la misa celebrada bajo la lluvia con miles de
integrantes de hermandades de todo el mundo, el pontífice quiso reconocer la
labor de esta "realidad tradicional de la Iglesia que ha vivido en los
últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento", así como la
"valentía" de los asistentes al acto por desafiar al mal tiempo.
"La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial
si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con vuestros pastores. Queridos
hermanos y hermanas, la Iglesia os quiere. Sed una presencia activa en la
comunidad, como células vivas, piedras vivas. Los obispos latinoamericanos han
dicho que la piedad popular es una manera legítima de vivir la fe", dijo
Francisco.
"Amad a la Iglesia. Dejaos guiar por ella. En las
parroquias, en las Diócesis, sed un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana.
Veo en esta plaza una gran variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia:
una gran riqueza y variedad de expresiones en las que todo se reconduce a la
unidad, al encuentro con Cristo", agregó.
En una plaza de San Pedro adornada con los crucifijos y los
estandartes de las distintas hermandades a lo largo de la columnata de Bernini,
el papa argentino quiso recordar que estas asociaciones tienen una "misión
específica e importante, que es mantener viva la relación entre la fe y las
culturas de los pueblos" a través de la piedad popular.
"Sed también vosotros auténticos evangelizadores
-dijo-. Que vuestras iniciativas sean puentes, senderos para llevar a Cristo,
para caminar con él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la caridad.
Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive
el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por
quien se encuentra en dificultad".
Esta misa, celebrada en el sexto domingo de la Pascua, se
enmarca dentro de la celebración de la Jornada de las Hermandades y de la
Piedad Popular, en el ámbito del Año de la Fe promovido por el Consejo
Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, cuyo presidente,
Salvatore Fisichella, dirigió un saludo al papa al inicio del acto.
"Queridas hermandades, la piedad popular, de la que
sois una manifestación importante, es un tesoro que tiene la Iglesia y que los
obispos latinoamericanos han definido de manera significativa como una
espiritualidad, una mística, que es un 'espacio de encuentro con
Jesucristo'", afirmó Francisco.
"Acudid siempre a Cristo, fuente inagotable, reforzad
vuestra fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y
comunitaria, la liturgia. A lo largo de los siglos, las hermandades han sido
fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa
con el Señor", agregó.
El papa, que tras esta misa tiene previsto dirigir también
en San Pedro del Vaticano el rezo del Regina Coeli (la oración que sustituye al
Ángelus dominical en Pascua), pidió a las hermandades que caminen con decisión
hacia la santidad y que no se conformen "con una vida cristiana
mediocre".
Con estas palabras de aliento y esperanza el Santo Padre
concluyó su homilía:
«Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos
al Señor que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como
piedras vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra
vida cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así
caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén
del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo;
y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea».
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